Todos
conocemos la famosa frase “Si Mahoma no
va a la montaña, la montaña va a Mahoma”. Parece imposible que esto ocurra,
pero qué pensaríais si os digo que algo similar ocurrió dentro del mundo del
arte.
Y esto es
cierto, amigos, nos debemos mover al mundo egipcio para ver este prodigio del
conocimiento humano con uno de sus grandes símbolos: los templos de Abu Simbel ubicados
en Nubia, al sur de Egipto, cerca de la ribera del lago Nasser. Estos
edificios, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, componen
uno de los grandes testimonios histórico-artísticos del Egipto de la época del
Imperio Nuevo, ya que fueron levantadas durante el reinado de Ramsés II, en el
siglo XIII a. C.
La
historia de estos monumentos ha estado siempre cubierta de un halo de
romanticismo propio del siglo XIX. Durante este siglo se tenía una apego
especial a los paisajes de civilizaciones anteriores en ruinas y esto se
manifestaba en las pinturas: Conventos abandonados dentro de un bosque, el
Partenón de Atenas o grandes iglesias góticas en ruinas. Tras los viajes de
Napoleón en 1798 a Egipto, los restos de aquella civilización se añadirían a la
lista pues tras la caída del poderoso imperio egipcio y su posterior anexión
como provincia al Imperio Romano; los templos egipcios dejaron de utilizarse.
Esto hizo que todos sus monumentos cayeran en el olvido durante siglos,
cubriéndose por capas y capas de arena, ocultándose la gran mayoría al ojo
humano. Os dejo en la imagen un cuadro claramente romántico en el que podemos
observar el estado en el que se encontró
Napoleón la esfinge durante su expedición a Egipto en Marzo de 1798.
Sin embargo, en el caso de Abu Simbel, su
redescubrimiento no se produjo hasta 1813 cuando el explorador suizo Johann
Ludwig Burckhardt lo visitó. Éste encontró semienterrado en la arena una enorme
cabeza de seis metros que correspondía a la escultura monumental del lateral
izquierdo del conjunto. Éste corrió la voz de su descubrimiento y en la década
de 1849 a 1859 se consiguió desenterrar casi por completo todo el templo de
Ramsés II. Aquí os dejo una estampa de la época.
Después
de vivir tantas penurias, este monumento tuvo que afrontar un nuevo problemas,
más peligroso incluso que la gran masificación de los turistas y fue la
creación de la presa de Asúan. Si recordamos las lecciones de historia del
instituto, nos acordaremos de que la cultura egipcia está íntimamente
relacionada con el río Nilo y sus famosas crecidas. Éstas fertilizaba las
riveras creando el limo y sobre ellas los habitantes cultivaban sus alimentos.
Gracias a esto la cultura egipcia se convirtió en una de las más importantes de
la historia rivalizando con la mesopotámica, la helénica o incluso la romana.
Sin
embargo, en la época contemporánea estas impredecibles crecidas del río
perjudicaban mucho a la población, ya que arruinaban cosechas y generaban
grandes hambrunas. Por lo que el gobierno egipcio en 1956 anunció la
construcción de una nueva presa en Asuán que regulara el nivel de las
inundaciones para proteger las tierras de labor y los campos de algodón. Sin
embargo, esta medida supuso una gravísima amenaza para los monumentos nubios.
Esto
suponía que al estar de ahora en adelante las crecidas más controladas, el
nivel del rio permanecería constante “engullendo” a los más de 30 templos
situados cerca de las orillas bajo sus aguas y perdiéndose para siempre. No
obstante, la presa era necesaria para el bienestar de la población, cansada de
ver como el río les destrozaba constantemente las cosechas y les inundaba las
casas dejando tras de sí el limo, un barro pegajoso que ensuciaba todas las
casas.
De esta
manera, la UNESCO realizó un llamamiento internacional instando a las grandes
potencias mundiales para que realizasen una serie de ayudas con el fin de salvar
los templos de Nubia. Gracias a estas donaciones muchos templos fueron salvados
entre ellos los de Abu Simbel, pero otros quedaron bajo las aguas del Nilo en
dónde continúan hoy en día.
El
rescate de los templos de Abu Simbel comenzó en 1964 por un equipo
multinacional de arqueólogos, ingenieros y operadores de equipo pesado que
trabajaron junto bajo el estandarte de la UNESCO. En total, costó unos 40
millones de dólares de la época. Entre 1964 y 1968, todo el sitio fue
cuidadosamente partido en grandes bloques, de un promedio de 20 toneladas y un
máximo de 30 toneladas cada uno. Los templos fueron desmantelados, elevados y
reensamblados en una nueva ubicación 65 metros más alta y 200 metros más lejos
del río, en uno de los mayores desafíos de la ingeniería arqueológica en la
historia. Con esto se consiguieron salvar de la creacida del río, pues su
emplazamiento original actualmente se encuentra bajo las aguas.
La colina
en dónde se asentaban estos templos fue recreada artificialmente a base de
tierra, arena y grandes estructuras metálicas. En ella se excavó el interior
del templo, en donde se estableció el mismo interior. Además se colocó un
complejo sistema climático que ayudaba a mantener la humedad necesaria para que
las pinturas murales se mantuviesen estables.
Las
imágenes que tenemos de su desmonte son impresionantes.
Así que
ya sabéis una curiosidad nueva sobre el antiguo Egipto. Si algún día vais a
Egipto y podéis ver estos templos, acordaos de buscar las líneas de unión, casi
imperceptibles, pero si las buscas están ahí.
Álvaro Sánchez Lamadrid.
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